jueves, 10 de noviembre de 2011
LA DROGA NOS DESTRUYE, LA FE EN DIOS NOS SALVA
Los uruguayos no nos hemos acostumbrado todavía a las drogas, no las hemos integrado al paisaje natural de la vida social. Es un dato positivo pero está amenazado por todos lados.
Las familias, las instituciones, la prensa, la sociedad en su conjunto tiene todavía capacidad de reaccionar y de vigilar. No es así en muchos otros países del mundo, donde la resignación o la contemplación pasiva ante el flagelo de las drogas gangrena mucho más profundamente.
El consumo de drogas en el Uruguay y, en particular el crecimiento exponencial del consumo de la pasta base, no es un fenómeno exclusivo de los sectores más pobres o marginados. Es un proceso transversal que si bien tiene un fuerte impacto en los barrios pobres de la zona metropolitana, alcanza a sectores importantes de las capas medias. Y altas y también intelectuales y profesionales. Es un flagelo cada día más transversal.
Se ha trabajado mucho y en general bien desde diversas instituciones públicas y privadas. Incluso la propia Iglesia y en nuestra Diocesis la fazenda de la esperanza en Cerro ChatoEsta afirmación refiere a la cantidad de iniciativas, de actos concretos, de combate frontal al tráfico de drogas prohibidas, pero si la referencia es al consumo y a sus efectos destructores, estamos muy lejos de haber ganado la batalla o de inclinar la balanza a favor de la sociedad.
Por las dimensiones del problema, por su impacto en los consumidores, en las familias, en la seguridad y la salud pública, por sus efectos expansivos en el tejido social es cada día más un gran tema de la agenda nacional.
“Somos poco amigos de los jóvenes, no gastamos tiempo. Decimos: ‘Yo no quiero que a mi hijo le falten cosas como me faltaron a mí’; pero hay que tener cuidado de que por ganar más plata para traerle esto y lo otro no se tenga tiempo para darle el cariño que se merecen”. “Por momentos los jaques que tiene nuestra sociedad hacen pensar que estas cuestiones tienen algo de quijotada,
El enfoque humano, el de los sentimientos nunca hay que abandonarlo al tratar el flagelo de la droga.. Por dos motivos: porque la droga actúa a nivel de lo más profundo de los seres humanos, de su alma, la deforma, le cambia todas las prioridades, los cerca en un mundo irreal y trágico donde no hay límites, destruye sus afectos y desvaloriza la vida. La propia y la de los otros. Por eso las respuestas no pueden ser sólo institucionales.
El segundo motivo es que la drogadicción, en particular la pasta base es un flagelo que afecta las relaciones más inmediatas, la familia, los padres, las parejas, es decir los afectos. Y la respuesta no puede ser sólo legal, educativa, formal, necesita de una reflexión humana, desde los sentimientos.
Pero sería muy peligroso que quedara en el ámbito de lo afectivo-descriptivo, estamos ante un fenómeno que puede destruirnos una parte de nuestra sociedad y cambiar equilibrios y producir fracturas irreparables.
La drogadicción tiene un impacto transversal y no respeta ideologías y partidos políticos, pero... tiene su propia ideología. Es el individualismo llevado al extremo, es el refugio en un cubículo cada día más egoísta y pequeño que a determinada altura del proceso no necesita ninguna justificación porque se alimenta de su propia adicción química y emocional, pero que para iniciarse necesita que ciertas defensas estén bajas, que se produzcan ciertas condiciones.
Una sociedad que promueva sólo el “sueño material”, el “sueño del éxito” a toda costa y de cualquier manera deja, detrás de si una estela tan grande de frustraciones, de derrotas y de apetitos insaciables e insatisfechos que es un terreno fértil para la evasión, para alcanzar alguna migaja, algún sucedáneo de ese sueño a cualquier costo. Crea dependencia química, pero comienza por un acto cultural, aún en los adolescentes y los jóvenes. Es además una enfermedad social, que se transmite, que contagia, que baja las defensas colectivas. Por eso el acostumbramiento, la resignación son fatales.
Debemos Construir sueños colectivos, formas de convivencia de encuentro y no de fractura, elevar la consideración del “otro”, de su respeto, de su integración como parte de nuestras vidas es una tarea muy compleja, pero sin la cual iremos descendiendo peldaño a peldaño la oscura escalera de una sociedad más pobre humanamente, más brutal y violenta, menos solidaria.
Cuando discutimos este tema y terminamos reduciéndolo a la imputabilidad de los menores de 18 años, estamos perdiendo la batalla en toda la línea.
Las instituciones, las leyes, el Estado debe funcionar, de eso no tengamos dudas ni entregas, pero el problema es mucho más complejo, cuando la drogadicción crece de esta manera es un síntoma de una sociedad que debe tener la capacidad de analizarse con un gran sentido crítico, con implacable severidad y con una profunda humanidad.
Estamos hablando de nuestros hijos, nietos, parientes, hermanos, amigos, compañeros. Estamos hablando de nosotros mismos. Aunque nunca hayamos visto una pipa de pasta base. Allí están, acechando.
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