sábado, 30 de junio de 2012


                 No está muerta, está dormida
(Reflexión sobre el Evangelio de este Domingo)


He aquí una situación típica en la que cualquiera de nosotros podría reconocerse con facilidad: un familiar cercano enfermo y en grave peligro de muerte, y encima joven, un niño o una niña, con toda esa vida que debería tener por delante, amenazada de un prematuro final. La impotencia ante la muerte es una situación típica para acudir a Dios, pedirle la curación; y, en un caso como el del evangelio, casi exigírsela; porque, si para nosotros, los seres humanos, la muerte es siempre percibida como una injusticia que no debería suceder, tanto más si se trata de alguien que apenas ha podido estrenar su propia vida.
En el texto de Marcos que hemos escuchado Jesús acoge y responde a la angustiada petición de Jairo, el hombre importante que, ante la enfermedad de su hija, nada puede hacer, más que suplicar. Es muy posible que todos nosotros hayamos rezado en alguna ocasión con angustia, pidiendo por la vida de un ser querido o cercano, sin que, aparentemente, hayamos obtenido respuesta. La oración de petición por la vida amenazada de nuestros seres queridos es su forma más dramática, precisamente porque percibimos la muerte como el “mal irremediable”.
Si queremos entender el sentido de este milagro de Jesús, tenemos que tratar de descubrir su significado profundo, el que trasciende el favor personal que recibió Jairo, su hija y su familia, y que adquiere significado para todos nosotros, para nuestra comprensión en fe de la persona de Jesucristo y del modo de actuar de Dios en nuestro favor. Porque los milagros de Jesús hay que entenderlos, no, sobre todo, como favores personales que hace a unos, mientras se los deniega a otros (¿por qué a él sí y a mí no?, cabría siempre protestar), sino como signos salvíficos que nos ayudan a comprender quién es Jesús como Mesías y Salvador de todos.
La vida eterna no es una mera vida sin fin, sino una vida plena, liberada de la amenaza del mal y de la muerte, una vida en comunión con Dios en Cristo Y, puesto que Cristo se ha hecho hombre y vive con nosotros, podemos empezar ya en este mundo caduco a gozar de la vida eterna: una vida como la de Cristo basada en el amor, abierta a todos, a favor de todos, en la que, como el Dios Creador, no destruimos, ni gozamos destruyendo, sino que estamos al servicio de la vida, de la justicia, viviendo con la generosidad a la que nos exhorta Pablo.
Ante la muerte humana, ante nuestros muertos, ante nuestra propia muerte Jesús afirma: no están muertos, están dormidos. Y luego añade “contigo hablo, levántate”; o, con otras palabras: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz” Así es si participamos ya, por la Palabra y los Sacramentos, en la muerte y resurrección de Jesucristo, si tratamos de seguirlo en esta vida, si procuramos vivir como Él nos ha enseñando. Está claro que para que la muerte sea sólo eso, una dormición que nos abre a la vida plena.

Oremos a la Virgen Madre, pidiéndole que interceda por los más necesitados , de amor, de asistencia, de cuidados.
Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida. AMEN

domingo, 17 de junio de 2012




































NUESTRO SEÑOR HABLA EN PARABOLAS
Nuestro Señor Se vale de parábolas para enseñar al pueblo. La parábola es una semejanza inspirada en los acontecimientos cotidianos conocidos para mostrarnos la relación con algo desconocido. Las parábolas son metáforas o episodios de la vida, que ilustran verdades morales o espirituales. Jesús ha usado con frecuencia este género literario para explicar el misterio del Reino de Dios y de su Persona. Son discursos cifrados que deben ser aclarados desde la fe.

El fin primario de las parábolas usadas por El Señor, nuestro Maestro es estimular el pensamiento, provocar la reflexión y conducir a la escucha y a la conversión. Para poder comprender las parábolas es imprescindible la fe en quien la escucha; solamente de este modo puede descubrirse el misterio del Reino de Dios, que es enigma indescifrable para los que no aceptan el evangelio.
La gran virtud de las parábolas es la de superar los obstáculos más obvios e inmediatos del entendimiento. Una parábola es un arco que se eleva por el aire y cae justo en su objetivo, evadiendo los obstáculos, enfocándose a su meta. Las parábolas de Jesús tienen un efecto similar. Frente a las interpretaciones oscuras y cargadas de sanciones con las que los maestros de la ley solían responder a sus interlocutores, las palabras de Jesús se imponen con una claridad demoledora.
Jesús es el Maestro que ama, conoce a su gente, se ocupa de ellos, su deseo es que crean y comprendan su Palabra, ya que esto es fundamental para luego vivirla y anunciarla.
La primera parábola habla de la fuerza interna de la semilla, que opera prácticamente sin que el campesino se percate. Si la semilla encuentra las condiciones favorables, florecerá. La labor del campesino se limita a preparar el terreno para que ofrezca esas condiciones que hacen posible el cultivo; a los cuidados indispensables para que la semilla germine y se fortalezca, y a la acción oportuna para cosechar los frutos. De manera semejante opera la acción del cristiano, favoreciendo la implantación de la semilla del Reino.
Jesús es el sembrador de la “semilla”, que es la Palabra, la condición de la tierra, si es fértil, o no, nos corresponde a nosotros a la disposición y empeño que pongamos, nosotros preparamos la tierra, cuando visitamos a la gente para llevar la Palabra, cuando invitamos a vivir en Comunidad, a que se alimenten de la Eucaristía, que reciban el Cuerpo de Cristo
La segunda parábola del grano de mostaza, la semilla más pequeña, responde a los que tienen dudas sobre la misión de Cristo o su esperanza frustrada. Los comienzos insignificantes pueden tener un resultado final de proporciones grandiosas. Ya san Ambrosio dijo que Jesús, muerto y resucitado, es como el grano de mostaza. Su reino está destinado a abarcar a la humanidad entera, sin que esto signifique triunfalismo eclesial.
Las dos parábolas de este domingo son un himno a la paciencia evangélica, a la esperanza serena y confiada. El fundamento de la esperanza cristiana, virtud activa, es que Dios cumple sus promesas y no abandona su proyecto de salvación. Incluso cuando parece que calla y está ausente, Dios actúa y se hace presente, siempre de una manera misteriosa, como le es propio. Aunque el hombre siembre muchas veces entre lágrimas, cosechará entre cantares.
La semilla de la Palabra de Dios plantada en mi da fruto?. ¿Conozco, vivo y anuncio la Palabra? Ese es uno de los frutos que El Señor espera, y lo hace con paciencia.
Soy un árbol frondoso, que sirve a los demás, o solo uno raquítico
Me preocupa la causa del Reino, pongo mis energías en ella.
QUE EL SEÑOR LOS BENDIGA Y QUE TENGAN UN BONITO DOMINGO.
RECUERDA: JESUS TE AMA Y TE ESTA ESPERANDO, NO RETARDES MAS EL ENCUENTRO

martes, 5 de junio de 2012


PARTIR, REPARTIR Y COMPARTIR
La Eucaristía no puede ser, entre nosotros, una ceremonia más, rutinaria y vacía. La Eucaristía recuerda y renueva el don de Jesús, su entrega a la muerte, consecuencia del odio de los poderosos y manifestación de su extremo amor. La Eucaristía renueva también el compromiso sellado con sangre de quienes han decidido hacer de la vida y la muerte de Jesús la norma de la propia vida., para realmente vivir la Eucaristía y ser seguidor del Señor, debemos vivir en comunidad, comunidad en la cual se vivan los valores de . PARTIR, REPARTIR Y COMPARTIR.

El Señor nos dice. No basta con que me digan Señor, Señor, para entrar en el Reino de los Cielos, la condición es: CONOCER LA PALABRA, VIVIR LA PALABRA Y ANUNCIAR LA PALABRA.

También es ser parte del mundo en que vivimos, conocer nuestra realidad, no somos forasteros, debemos interesarnos, por los problemas que nos afectan como sociedad y como comunidad, el Señor nos pide que nos ocupemos de los más necesitados, ocuparnos de ellos en lo material, pero también en lo afectivo, llevarles la Nueva Buena, el Amor de Dios. Anunciarles que Dios los Ama, a cada uno, ayudarlos a descubrir el Amor de Dios, acompañarlos en el proceso de conocer la Palabra, debemos Anunciar la Palabra pero también ayudarlos a que la comprendan y a que ellos la vivan.

La Santa Iglesia Católica, está llamada a ser en nuestro tiempo, de dudas, incertidumbre, temores, el gran faro,(ser la luz de Cristo) que se abre paso en las tinieblas, que guie al perdido, que señale el camino para que nadie se pierda .

El Señor le pide a su Padre que no se pierda ninguno de los que les ha dado, también nosotros debemos rogarle al Señor que no se pierda ninguno de nuestros hermanos, que seamos instrumento para llevarles la palabra y prepararlos para que accedan a la Mesa del Señor.

QUE EL SEÑOR, NUESTRO DIOS LOS ILUMINE Y BENDIGA