viernes, 14 de junio de 2013



Comparto con ustedes una reflexión del Evangelio de este Domingo Lc 7,36–8,3
Imaginemos una sobremesa, con el invitado central. Jesús, el anfitrión. Un fariseo llamado Simón, los invitados de éste. También fariseos.
Los fariseos, no se llevan con Jesús, pues éste los ha desenmascarado, los llama hipócritas, pero éste ha invitado al Señor a comer, con este gesto, se acerca su salvación, no es enemigo del Señor. Imaginemos esa escena, la mesa servida, todo preparado, que deleite escuchar al Señor, pero de pronto esa paz, es interrumpida, una mujer ha entrado, una pecadora, en casa de un fariseo, una” impura” en casa de un “puro”.
La mujer entra, y se arrodilla ante Jesús  y comenzó a llorar, y con sus lágrimas le bañaba los pies, los enjugó con su cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
El fariseo, la reconoce, no la expulsa de su casa, pero duda que el Señor sea un profeta: Viendo esto, el fariseo que lo había invitado comenzó a pensar: "Si este hombre fuera profeta, sabría qué clase de mujer es la que lo está tocando; sabría que es una pecadora", el fariseo ha comenzado un proceso , invita a Jesús a comer, pero ante la pecadora, no es capaz de ver en ella a una hermana, la juzga y la condena, no perdona, el Señor, no le recrimina, lo invita a salir de su ignorancia, le dice: Simón, tengo algo que decirte" El fariseo contestó: "Dímelo, Maestro". Él le dijo: "Dos hombres le debían dinero a un prestamista. Uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?". Simón le respondió: "Supongo que aquel a quien le perdonó más".
Entonces Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Luego, señalando a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me los ha bañado con sus lágrimas y me los ha enjuagado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de saludo; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besar mis pies. Tú no ungiste con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos, le han quedado perdonados, porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama". Luego le dijo a la mujer: "Tus pecados te han quedado perdonados".
El Señor, hace ver a Simón, que él también es un pecador, la mujer a reconocido sus muchos pecados, pero Simón aún no ha llegado a esa etapa, Jesús le muestra el camino, le acerca la salvación, lo llama al arrepentimiento y al perdón. Perdonar como soy perdonado.
La mujer ha hecho opción de cambiar de vida, por eso llora, arrepentida, el reconocerse pecadora y arrepentirse de corazón, la salva, como pasó con Pedro, quien negó tres veces al Señor, pero al encontrarse con la mirada del Maestro lloró amargamente.
El Señor desea nuestra salvación y ella está en creer en él, convertirnos, arrepintiéndonos y dejando atrás al hombre viejo y naciendo al hombre nuevo, ello es posible, si amamos al Señor.
Todos somos llamados, Jesús nos espera, como en el Hijo Pródigo, quiere ir a nuestro encuentro y abrazarnos, necesita que le abramos nuestro corazón, yo lo he abierto ¿ y tú?
Qué el Señor te bendiga, FELIZ DOMINGO

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