miércoles, 1 de febrero de 2012

PRESENTACION DEL SEÑOR EN EL TEMPLO


La Celebración de la Presentación del Señor en el Templo, o fiesta de la Candelaria, tiene en el calendario litúrgico una fecha fija , el 2 de febrero. Esta costumbre tiene su origen en la celebración litúrgica de la fiesta de la purificación y la presentación del Niño Dios al templo.
En su comienzo, alrededor del siglo VII, era una fiesta netamente Mariana, luego del Concilio Vat. II, se centra en Jesús, en la Presentación en el Templo, las figuras de los dos ancianos: Simeón y Ana, inspirados por el E.S. reconocen en el niño al Salvador del mundo, la Luz de las naciones, y la procesión con las candelas significan que realmente Jesús es Luz del mundo
En tiempo de Jesús, la ley prescribía en el Levítico que toda mujer debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta días que hubiese dado a luz. Si el hijo nacido era varón, debía ser circuncidado a los ocho días y la madre debería permanecer en su casa durante treinta y tres días más, purificándose a través del recogimiento y la oración.
Llegado el momento, María y José, llevan su ofrenda y al niño, como lo exigía la ley de Moisés.
El Evangelio narra que Simeón y Ana dos personas piadosas que dedicaban su vida al Templo, iluminados por el E. S. , reconocen en Jesús al salvador del mundo y así lo manifiesta Simeón en su plegaria a Dios:
Lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: "Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según me lo habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel"
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma.

Amado Señor,

Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.

Inunda mi alma de espíritu y vida.

Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya.

Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma.

Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor.

Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a través de mí.

La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tu, quien ilumine a los demás a través de mí.

Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean.

Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón. Amén.


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