EVANGELIO DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio del domingo 10 de octubre de 2010
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”.
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”. (Lucas 17,11-19)
Entre samaritanos y judíos -habitantes del centro y sur de Israel, respectivamente- existía una antigua enemistad, una fuerte rivalidad que se remontaba al año 721 a. C. Este año, el emperador Sargón II tomó militarmente la ciudad de Samaria y deportó a Asiria (hoy Iraq) la mano de obra cualificada, poblando la región conquistada con colonos asirios (2 Re 17). Con el correr del tiempo, éstos se mezclaron con la población de Samaria, dando origen a una raza mixta que, naturalmente, mezcló también las creencias.
Por esta razón, Samaria era considerada por los judíos una región heterodoxa, población de sangre mezclada y de religión sincretista. Llamar a alguien 'samaritano' era, para los judíos del sur, uno de los mayores insultos.
Los leprosos vivían fuera de las poblaciones; si habitaban dentro, residían en barrios aislados del resto de la población, no pudiendo entrar en contacto con ella ni asistir a las ceremonias religiosas. El libro del Levítico prescribe cómo habían de comportarse los leprosos o enfermos de la piel: «El que ha sido declarado enfermo de afección cutánea andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: Impuro, impuro! Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento» (Lv 13, 45-46). El concepto de lepra en la Biblia dista mucho de la acepción que la medicina moderna da a esta palabra, tratándose en muchos casos de enfermedades curables de la piel.
Un poco de historia para poder comprender mejor este Evangelio, los leprosos no eran aceptados por los judios, y lo peor, la creencia de la época, era que la lepra era un castigo de Dios, por lo tanto Dios tampoco los queía.
Ellos creen en el Señor y se atreven a gritarle que tenga compasión, los oye y los manda que se presenten al Sacerdote, ya que para poder volver a su familia, a se aceptados en la sociedad, debían ser visto por el Sacerdote, para que dictaminara que estaban curados.
Pero de camino quedan sanados, nueve de ellos siguen, tal vez fueron con el Sacerdote, para poder ir enseguida a sus hogares a abrazar a sus hijos, pero uno regresó donde el Señor, para agradecerle, tal vez guiado por el Espiritu Santo, comprendió que en Jesús estaba Dios, y su salvación, tuvo fe. Por eso el Señor le dice:"vete tu fe te ha salvado". En el Evangelio del Domingo pasado, los Apóstoles le pidieron al Señor que les aumentara la fe, para no caer en pecado, y ser salvados. La fe es lo que nos va a salvar, por eso Oremos al Señor para que nos aumente la fe. GRITEMOSLE DESDE EL FONDO DE NUESTRO CORAZÓN: JESUS HIJO DE DIOS TEN COMPASION DE MI.
Estaría bueno preguntarnos si nos identificamos con los nueve que siguieron viaje para cumplir la ley, o con el que volvió, en ese ,el único que tuvo fe, que realmente creyó, que en el Señor estaba su salvación.
Hermanos, vivimos en un tiempo que hacen falta muchos obreros, en la Viña del Señor, mucho camino por recorrer, muchos herman@s, que llevar la Palabra. Llevarla con fe, con ardor, con amor y nuestra recompensa será enorme. QUE EL SEÑOR LOS BENDIGA.
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